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El Antídoto contra la Envidia

Un paso para construir una mejor calidad de vida es lidiar con lo que se interpone en nuestro camino. La envidia puede ser una gran barrera para el éxito, y dominar esta emoción en particular puede abrir puertas que nos hemos cerrado con candado en el pasado.

 

La envidia es una emoción con efectos terribles.

 

La mayoría de las enseñanzas religiosas y espirituales advierten de ello, los peligros son bien conocidos, aún así la envidia persiste como una poderosa fuerza destructiva.

 

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Se ha comprobado científicamente que no somos infelices cuando tenemos poco sino cuando pensamos en tener menos que nuestro prójimo. Incluso, se han documentados que esa emoción se esta asociada con la depresión.

 

La buena noticia es que existe un antídoto contra la envidia: la empatía y el redireccionamiento de nuestros impulsos

 

Estas acciones nos ayudan a comprender mejor esta emoción destructiva y amarga.

 

La envidia deshumaniza a la persona envidiada.

 

Cuando envidiamos a otra persona, no la estamos viendo por lo que es, la estamos viendo por lo que tiene. Engendra malevolencia; cuando envidiamos, no estamos contentos por el éxito de nuestro prójimo, estamos resentidos por ello.

 

La envidia sirve para disminuir nuestra capacidad de empatía, y esta falta de empatía hace que las personas hagan cosas horribles entre sí.

 

También refuerza una imagen de impotencia. La envidia implica incredulidad en nosotros mismos; presupone que no sentimos que podemos crear la riqueza, relaciones o los valores que vemos en los demás y esta impotencia puede convertirse en una profecía autocumplida limitando nuestra capacidad de lograr lo que nos proponemos.

 

Pero, como cualquier emoción negativa, al comprender lo que estamos sintiendo, podemos redirigir nuestras acciones de una manera que funcione mejor para nosotros.

 

 

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La envidia es, inicialmente, un impulso; una reacción a las percepciones. Pero ahí no es donde radica el peligro. Probablemente todos hemos sentido al menos una punzada de envidia como emoción en algún momento de nuestras vidas. El verdadero peligro es cuando nos aferramos a ella, la consentimos y la alimentamos.

 

Estamos llenos de reacciones emocionales.

 

 

Pero lo importante es, ¿Qué hacemos con ese impulso inicial?

 

¿Nos aferramos a él, lo complacemos y lo seguimos? ¿O tomamos ese impulso y lo transformamos en una acción útil; en el caso de la envidia, pensando en cómo podemos ganar el dinero para comprar lo que nos gustaría, lo usamos para algo que podamos admirar en otra persona, buscamos desarrollar esas cualidades en nosotros mismos?

 

 

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Cuando jugaba al fútbol americano, hubo momentos en los que me invadió una ola de envidia luchando por mi posición en el equipo. Solo podía haber un titular, y de vez en cuando, si estaba detrás, me sorprendía sintiendo resentimiento hacia el compañero con el que estaba compitiendo por esa posición. A pesar de que también era un muy buen amigo mío.

 

Esa amistad (junto con el hecho de que me sabía mejor) fue un regalo del cielo, porque mantuvo una conexión humana, por lo que siempre me devolvió muy rápidamente de caer en la envidia y volver a concentrarme en la tarea en cuestión: jugar lo mejor posible, independientemente de las circunstancias.

 

Todos queremos cosas. No tiene nada de malo querer cosas, es parte de nuestra naturaleza; y en la medida en que este deseo nos impulse a ser creativos y productivos, puede ser una gran fuerza para el bien.

 

Pero cuando vemos a otras personas con las cosas que queremos, ya sean elementos tangibles como un lindo auto o una casa, o logros menos tangibles como una carrera, un triunfo o una vida feliz, entonces otro elemento puede desatarse:

 

Un enfoque en la cosa deseada, y un debilitamiento de la percepción del poseedor de esa cosa como humano.

 

También podemos ignorar lo que les costó lograr lo que tiene, que es otra parte de la empatía.

 

Entonces, SIEMPRE PREGUNTATE:

 

¿Hay algo que quieres en tu vida?

¿Qué necesitas hacer para ganar eso?

 

Canaliza tu deseo en un comportamiento activo que sea íntegro con tus valores, principios y prioridades.

 

Si te encuentras disfrutando de la pérdida de otra persona, contrólate y recuerda que no puede salir nada bueno siguiendo ese impulso.

 

 

Tenemos muchos sentimientos e impulsos, y parte de la vida es dominar esos sentimientos e impulsos y dirigir la expresión de ellos hacia lo que valoramos conscientemente.

 

A menudo no podemos elegir nuestros impulsos, pero podemos elegir si los expresamos y cómo lo hacemos. Esa elección es la base de uno mismo y de la felicidad (genuina).

 

 

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El hecho de que nos sintamos enojados no significa que tengamos que golpear a alguien; el hecho de que tengamos miedo no significa que debamos acobardarnos; el hecho de que suframos no significa que tengamos que retirarnos.

 

Y el hecho de que nos guste lo que tiene otra persona no significa que tengamos que dar rienda suelta a la envidia.

 

Ahí está la llave... hora de abrir esas puertas.

 
 
 

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